Conocimiento

Se encontraba sentado en una de las banquitas de concreto de un parque. Había creído ciegamente en las palabras de aquéllas personas, palabras vacuas, carentes de cualquier sentido. Palabras que le incitaban a cometer errores —ahora se daba cuenta de ello—, errores que la gente imperfecta cometía. Imperfectos como él.

Lo sabía. Toda su vida era una falacia, lo dicho, lo que le habían mostrado… Todo era una red entretejida de mentiras en la que había caído como una mosca en una telaraña. Mentiras que nunca cuestionó, que creyó, que consideró eran su verdad. Mentiras que se transformaron en su realidad.

No sabía si era un ser inocente o estúpido, pero tenía claro que ellos, su familia, eran los expertos en el arte del engaño.

Levantó la cabeza y miró duramente a todos aquéllos estudiantes que pasaban a su lado. Sonrió y se compadeció de aquéllos jóvenes como él. Seres con sueños, con objetivos que tal vez nunca podrían cumplirse. Porque eran ignorantes de la situación, de las personas, del mundo. Estaban encerrados en su pequeña burbuja de comodidad, de analfabetismo.

Y él sólo los vio marcharse mientras les deseaba suerte.

Suerte para que al menos, algo en su vida no fuese mentira.

Suerte para que nunca adquiriesen el conocimiento del mundo que él ya tenía.